Robert Eggers podría ser uno de mis directores favoritos de la actualidad. Ante el amor desmedido que está recibiendo la película, me es más sencillo expresar el único problema para mí, uno que, si el propio cineasta no hubiera salido a dar cierta entrevista, pasaría casi desapercibido. 

El caso de Eggers dirigiendo esta película, se podría asociar como la antítesis de Francis Ford Coppola. Si en los setenta, al segundo se le permitía hacer el proyecto que él quisiera (como él quisiera) tras un éxito en taquilla; pareciera que hoy los grandes estudios reclutan a cineastas independientes para que, en apariencia, impriman su estilo en producciones que, en realidad, dirige el estudio. 

Como expresaba Alonso Díaz de la Vega, es difícil no percibir esa 'tendencia' aquí: el temor de los estudios hegemónicos de no convencer al público masivo, una desesperación por acaparar, con una sola película, a todo tipo de espectadores. 

La simpleza podría estar en su estructura: los pasos típicos del héroe, desde su llamado a la aventura, hasta la libertad para vivir que, quizá, podría obedecer al fin de la masculinidad. La asociación ente lo masculino y lo bestial podría ser el aspecto temático más interesante. 

No podría decir que es mi favorita de Eggers. Él mismo reconoció su cinta como un tropiezo cuando comentó para New Yorker que no volvería a trabajar con un presupuesto tan grande. El proceso de post-producción de la película fue, para el director, la experiencia más dolorosa de su vida. Hacer rentable una película siempre será más importante que exponer una inquietud genuina, tristemente.