Qué estimulante es encontrar una película que más allá de las irreflexivas normas de la industria, decide ser cine a color por convicción propia. Ver Calamity es descubrir colores que uno nunca había imaginado, hallar una expresividad fortísima en las gamas imposibles con las que Rémi Chayé pinta el paisaje.
Un western casi impresionista que concibe planos con una inteligencia destacable: por sus colores, sí, pero también por la perspectiva, el movimiento, la proporción.
Además, me encanta cómo Chayé explora las posibilidades narrativas del mito. De Calamity Jane, nos cantan en los créditos finales, se han dicho muchísimas cosas y ninguna de ellas es comprobable. Incluso en vida, ya era una leyenda. La película no busca decantarse hacia alguna de…